Psicoterapia y aceptación
- Pedro Isla Carter
- 14 abr 2022
- 3 Min. de lectura
Durante las dos publicaciones anteriores hemos intentado relacionar la psicoterapia con experiencias profundas y, a la vez, cotidianas. Ésta será la última publicación de esa serie donde buscaremos no sólo relacionar la aceptación con la psicoterapia, sino con la espontaneidad y el sentido de vida, tratando de unificarlos en la experiencia del día a día.
Uno de los psicoterapeutas más importantes en la historia es Carl Rogers. Rogers introdujo una manera totalmente nueva de abordar el proceso de terapia, que partía de la aceptación. La aceptación incondicional de la experiencia de la otra persona, significaba que todas y cada una de las partes que se asomaran dentro del proceso de terapia, serían recibidas como parte importante de esa persona, de su ser esencial. Fue con esta herramienta que Rogers se dio cuenta de que las personas estábamos fragmentadas: teníamos partes de nosotros mismos que podíamos vivir plenamente, y otras que rechazábamos y, por supuesto, impedíamos a los demás ver. Este rompimiento, para él, era una causa importante del sufrimiento psicológico, y por lo tanto, una de las metas importantes en psicoterapia era la integración de nuestras diferentes partes.
Esto es, de hecho, un fenómeno muy común en el día a día de cualquier persona. Simplemente pensemos en los momentos donde decidimos ocultar cómo nos sentimos o pensamos acerca de algún tema (por ejemplo: la política), por miedo a causar un conflicto o a sentirnos rechazados. Y el problema no termina ahí: una vez que hemos decidido no sentir o pensar de cierta manera para no incomodar a alguien más, debemos ocultárnoslo a nosotros mismos, haciendo como si nunca hubiéramos sentido o pensado de esa forma. Es aquí cuando la fragmentación se vuelve todavía más importante, y genera aún más sufrimiento.

La aceptación, especialmente la autoaceptación, nos ayuda a acercarnos más a la autenticidad. A vivir una vida alineada con quien realmente somos, lo que valoramos, lo que gozamos y disfrutamos, y lo que no. Nos ayuda a tener una experiencia más real de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, alejándonos de una experiencia que se sienta falsa o sintética.
Pero, ¿qué otra razón hay para trabajar en la autoaceptación? La semana pasada hablábamos acerca de la espontaneidad, y que ésta consiste en, básicamente, un flujo libre y abierto de necesidades. Para lograr esta dinámica, debemos tener la capacidad de aceptar que tenemos necesidades, es decir: aceptar que somos vulnerables, y que nuestras necesidades no dependen enteramente de nosotros. Ésta honestidad nos permitirá vivir de acuerdo con nuestras necesidades reales, y no aquellas que inventamos o pretendemos no tener.
Por otra parte, una de las experiencias que más contribuye a nuestro sentido de vida es la libertad. Aunque Viktor Frankl comprobó que se puede encontrar el sentido de nuestra vida aún sin libertad, no hay duda de que es una parte importante para tener un sentido de vida desde el gozo, el cariño o la compasión. Es paradójico, pero la aceptación nos ayuda a ser más libres, en la medida que reconozcamos y aceptemos aquello que nos determina sin darnos cuenta, más podremos hacer por cambiarlas. En muchos casos, esto que nos determina son emociones o pensamientos no reconocidos (o fragmentados, como diría Rogers). Y es en el budismo, una de las corrientes espirituales más importantes de la humanidad, donde encontramos el mejor ejemplo de esto.
Tara Brach, psicóloga clínica, retoma la siguiente historia Budista en su libro Aceptación Radical: “Cuando el Buda se sentó a meditar para lograr la iluminación, el demonio Mara lo atacó e intentó tentarlo con todo lo que podía: envidia, ira, duda, soberbia. Todas estas no afectaron al Buda, que permaneció en meditación. Sin embargo, Mara nunca era derrotado por completo, y volvía a la mañana siguiente. El Buda, por otro lado, no lo ignoraba ni rechazaba, sino que reconocía su presencia diciendo “te veo, Mara”, e invitándolo a sentarse con una taza de té. Mara se quedaría un tiempo, y luego se iría, pero a través de todo, el Buda permanecía libre”.

Fuentes
Brach, T. (2003). Aceptación radical. Madrid, España: GAIA ediciones
Rogers, C. (1966). Psicoterapia centrada en el cliente. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
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